Madrird, Munoz Moya editores, 2018
En nuestros días, la crisis económica y política global lleva cada día a la humanidad a caminos peligrosos. Las multitudes se sumergen en la pobreza, las guerras arruinan las vidas de las personas, destruyen la cultura. Los Estados se hacen aún más autoritarios, sometidos a las oligarquías que se enriquecen por la miseria de las multitudes. El medio ambiente, a causa de la glotonería de los mismos intereses, se destruye a un nivel peligroso para la especie humana. En el apogeo de su fuerza tecnológica, la humanidad parece a menudo como una nave ingobernable. Está saboteando su propio futuro.
¿Quién decide sobre todo ello? ¿Quién debe decidir? ¿Cuál es el papel que desempeña el Estado y la democracia en todo ello? Muchos son los que afirman o sienten que las democracias de hoy, cuando no se desaparecen, se deshidratan y acaban por ser vitrinas, a menudo vacías y saqueadas. Asimismo muchos son aquellos que, de puntos de vista diferentes, califican las democracias contemporáneas como controladas, limitadas o vallas de acero. Calificaciones de este tipo se podrían atribuir incluso a democracias europeas, que hasta hace unos años se jactaban del nivel de libertades que habían establecido. Estas son constataciones sobre las que muchos, de una u otra manera, podemos acordar fácilmente.